[Nfbespanol-talk] Cuándo la Ventisca Sopla

Frida Aizenman aizenman at earthlink.net
Wed Nov 18 23:54:48 UTC 2009


Future Reflections

Edición Especial 2004 

Cuándo la Ventisca Sopla

por Marc Maurer, Presidente, Federación Nacional de Ciegos.

Si es un músico y desea ser un virtuoso, es necesario practicar. Si un atleta desea ser una estrella, práctica, práctica, y más práctica será requerida. A mí me parece que las cosas sencillas pero importantes son pasadas por alto a menudo. Cuándo pienso hacia atrás, me parece que estas cosas sencillas son a menudo las más notables. Me gustan los meses del invierno, especialmente cuándo hay nieve. El frío es estimulante, y la mordedura del viento ofrece un desafío que requiere preparación. Uno de los placeres del invierno es estár caminando en una carretera ventosa, después de una caminata larga a través de la nieve, y entrar en una cafetería caliente por una taza de café. Los guantes y el sombrero se quitan, y las manos están agradecidas por la taza caliente.

En 1976, yo era un estudiante que asistía al colegio de abogados en Indianapolis. Había comenzado la universidad en 1970, y me había casado en 1973. Aunque había podido encontrar un cierto empleo durante los meses del verano, los trabajos (al igual que a menudo es el caso con la gente ciega) eran difíciles de conseguir. Mi esposa Patricia y yo vivíamos en un apartamento del sótano, de una habitación, en el lado oeste de la ciudad, cuatro o cinco millas del colegio de abogados. Mi esposa, que es también ciega, había podido encontrar empleo (después de una larga, larga búsqueda) cómo mecanógrafa para Blue Cross. Sus cheques pagaron el alquiler, y compraron algunos comestibles, pero no había mucho dinero dejado al final del mes. Nuestras salidas eran infrecuentes y racionadas estrictamente. Una vez fuimos a Wendy's por las hamburguesas. Recuerdo haber comído dos triples. Estába muy lleno, pero nada apesadumbrado. En otra ocasión fuimos a cenar a Long John Silver's por el pescado frito con papas fritas.

Cada mañana durante la semana, caminába alrededor de un cuarto de una milla, de nuestro apartamento a la parada del autobús. Después de alrededor de un paseo de veinte minutos, el autobús me dejába cerca del colegio de abogados. Las clases comenzában cerca de las nueve de la mañana. Continuában a veces (con recesos intermitentes) hasta la última hora de la tarde. Pero acabába a menudo con mi trabajo formal, poco después del almuerzo. Entonces, había estudio en la biblioteca, o releer y la escritura en el apartamento. Aproximadamente a las dos, una tarde, mis clases habían terminado. Había oído por la mañana en la radio que podría haber nieve, y mientras que caminába a la parada del autobús, reflejé que el meteorólogo había tenido razón. Casi había ya medio pie de ella en el piso, y los copos mojados punzantes vertían del cielo de la real ventisca. El viento azotó la nieve en mi cara, bajándola  a mi cuello.

Cuándo alcancé la parada del autobús, descubrí para mi sorpresa que había dos otras personas que esperaban el mismo autobús. En esa parada particular estába casi siempre solo. Hoy, sin embargo, una mujer esperaba con su nieto de tres años. Oh, pero el viento era frío. Sin embargo, hablamos de cuán agradable sería estar dentro, fuera del alcance de la tormenta. Después de un rato, el autobús llegó. Subí a bordo, puse mi dinero en la caja del cambio, y tomé mi asiento un par de lugares detrás del conductor. La mujer subió a bordo también con su pequeño nieto. Ella le explicó al conductor que planeaba viajar al otro lado del camino, (no al oeste sino al este) pero que no era muy lejano al final de la línea, así que ella montaría con nosotros y se devolvería. El conductor dijo que todo esto estába bien, pero que ella tendría que pagar dos veces, uno de salida y el otro de vuelta. La abuela explicó que no tenía mucho dinero con sigo. Así que, el conductor le dijo que ella debía salir del autobús, caminar una cuadra a la calle en la cual los autobuses volvían hacia la ciudad, y hacer la espera. Con gran desgano, y un poco de tristeza, la mujer y el niño dejaron el autobús, y comenzaron a irse lejos de la parada del autobús.

Después de una cuadra, me preguntaba porqué no había hecho cualquier cosa para ayudar. Deseába que la abuela y el niño pequeño estubieran calientes. Hubiera podido hacer que fuera realidad. Pero me quedé sentado sin moverme hasta que la oportunidad había pasado. Miraba en mi bolsillo para ver cuánto dinero tenía conmigo, y encontré dos o tres dólares. Eso habría sido más que suficiente para cubrir el costo. Hubiera podido pagar el precio yo mismo, pero no lo hice. Dejé que el conductor pusiera fuera del autobús a la mujer y al niño en la tormenta.

El recuerdo de ese niño pequeño y su abuela todavía está conmigo. Por casi veinte años he lamentado no haber hecho nada para ayudar. Estas dos personas simbolizan para mí la necesidad de estar preparados, y de planear adelante para aprovechar las oportunidades cuando vienen. Hubiera podido marcar la diferencia para ellos ese día, pero no estába preparado para pensar en esos términos. Si deseo que el mundo sea un lugar generoso en el cual vivir, debo comenzar con la generosidad en mi propia vida. Si deseo (cómo de hecho lo deseo) la Fortaleza de carácter, el valor, la suavidad, y la capacidad de hacer frente a la adversidad, debo planear adelante para encontrar las maneras de edificar estas características en mí, y en aquellos con los que me encuentro. Parte del comportarse bien es el hábito del pensamiento y de la actuación de cierta manera. Todo esto viene a mi mente cuando recuerdo cierta ventisca mientras que esperaba en una esquina de la calle a un autobús.

Cuándo estaba en Indiana, era muy inusual que una persona ciega asistiera al colegio de abogados. Pude estar allí debido a que mis amigos en la Federación Nacional de Ciegos habían trabajado y habían planeado en los años antes de que me uniera a la organización para hacerlo posible. Necesité libros, y una manera de escribir para que mis profesores pudieran entender. Necesité saber las técnicas y las habilidades que se pueden utilizar por los ciegos para lograr esas cosas que serían hechas ordinariamente con la vista. Necesité una formación en viajar con un bastón blanco. Necesité la capacidad de leer y de escribir en Braille.

Necesité saber manejar las actividades ordinarias de seguir adelante en una base diaria, cómo alquilar un apartamento, cómo adquirir el uso de un ccamión y de un conductor para mover mis pertenencias, cómo manejar una cuenta corriente, cómo estar seguro de que mis corbatas emparejaron mi otra ropa, y cómo localizar a la gente que estaría dispuesta a servir cómo lectores, para los asuntos incidentales cómo el correo y para esos libros de ley pesados. La Federación Nacional de Ciegos me había ayudado con todo esto, y también había asistido en encontrar el dinero para pagar la cuota, y otros honorarios de la escuela. Pero ésta es solamente una parte de lo que proporcionó la Federación Nacional de Ciegos. Sumamente más importante que el resto de los asuntos, eran el estímulo y el apoyo que recibí de mis amigos y colegas en la Federación. Lo qué dijeron era, "Puedes hacerlo; no te rindas; continúa  intentando; ¡lo lograrás!"

El grado de ley que está colgando en mi pared no estaría allí si no hubiera sido por la Federación Nacional de Ciegos. El planeamiento y la preparación que son responsables de ese grado continúa para los millares de la otra gente ciega en la nación. ¿Desearíamos que la gente ciega sea independiente, y vivan vidas exitosas? Por supuesto lo deseamos. ¿Qué se debe hacer a fín de  crear un clima de oportunidad, y para fomentar la índole de entrenamiento que es necesaria? Debemos planear edificar nuestros programas con estos objetivos en mente. Deseamos que la gente ciega sea parte de nuestra sociedad.

Deseamos ayudar a edificar nuestro país de modo que podamos sentirnos orgullosos de lo que tenemos en Norte América. Ese es el porqué tenemos la Federación Nacional de Ciegos, y ese es el porqué desearía que hubiera ayudado a la mujer en el autobús. Lo haría hoy ciertamente. Hace veinte años atrás no lo hice. Nuestro camino a la libertad es largo con muchas torceduras.

El artículo antedicho es reimpreso del libro KERNEL de la Federación, con el mismo título, Cuándo la Ventisca Sopla.
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