[Nfbespanol-talk] El Papél de los Ciegos en Una Sociedad Democrática

Frida Aizenman aizenman at earthlink.net
Sun Oct 28 03:29:56 UTC 2012


El Papél de los Ciegos en Una Sociedad Democrática
Un discurso pronunciado por el profesor Jacobus tenBroek
Presidente de la Federación Nacional de Ciegos,
en el Banquete de la Convención Anual
de Tennessee, el 15 de julio de 1952



Traducido por Frida Aizenman


Me agradaría pedirles que se unan a mí en la búsqueda de la respuesta a lo que puede parecer una pregunta fácil: ¿Tienen los ciegos el derecho a un lugar en el sol, o sólo a un refugio en la sombra?

En términos más convencionales, el tema que discutiré con ustedes esta noche, es el papél de los ciegos en una sociedad democrática. No cabe duda de que suena como un tema sencillo y directo, lo suficientemente claro en su significado, si no bien en su solución. Pero me temo que la apariencia de simplicidad puede ser muy engañosa; así que, antes de seguir adelante, les pido que tengan paciencia conmigo mientras trato de aclarar los términos principales involucrados, la gran palabra "democracia," y ese otro término, "los ciegos".

La "democracia", por supuesto, significa muchas cosas para mucha gente; y sin duda, sus acentos e implicaciones han cambiado poco en los últimos años. Pero, después de un siglo y medio de vivir con la idea y la práctica, la mayoría de los Estadounidenses, probablemente estarían de acuerdo en que, cualquier otra cosa que pueda sugerir, la esencia de la democracia consiste en cuatro garantías indispensables para el ciudadano individual: las garantías de la libertad, la igualdad, la oportunidad , y la seguridad. Como miembro pleno en una sociedad democrática, es decir, da derecho a la persona a la libertad de pensamiento y de acción, a la igualdad de trato, a la oportunidad de desarrollar sus potencialidades, y seguridad contra las calamidades de la fortuna sobre los que no tiene control efectivo. La retención o retiro de la sociedad de cualquiera de estos derechos fundamentales de una persona, lo deja, en el mejor de los casos, en un papél de miembro a prueba, de ciudadanía de segunda clase, y en esa medida refuta la práctica y viola el espíritu de la democracia.

Para llegar rápidamente al punto: A algo más de un cuarto de millón de Estadounidenses se les niega, en la actualidad, pertenecer plenamente a la sociedad, con retención en la libertad, en la igualdad prohibida, en la negación de oportunidad, y amenazados en su seguridad por la única razón de que son ciegos. Además, su tragedia se agrava por la aparente paradoja de que esta negación de sus derechos de ciudadanía se sancionan con una sociedad totalmente motivada por la benevolencia, y en su mayor parte, inconsciente de su intolerancia.

Esto nos lleva de lleno contra el segundo de los términos cruciales: "los ciegos". ¿Qué significa eso? Según el diccionario Webster Collegiate, la palabra "ciego" se refiere, en primer lugar a, "falta de visión". Pero también significa que (y cito textualmente) "2. Falta de discernimiento; que no puede o quiere entender o juzgar; como ciego en los fallos. 3. Hecho sin razón ni discriminación; Como un capricho ciego. 4. Aparte de dirección o de control inteligente ; como el azar ciego. 5. Insensible; como un estupor ciego; por lo tanto, borracho. 6.... hecho sin conocimiento o dirección, o juicio; como "una compra a ciegas".

La palabra "ciego", entonces, como la palabra "democracia", tiene muchas implicaciones diferentes; pero como esta lista de Webster lo revela gráficamente, son prácticamente todas, implicaciones de inferioridad, de incompetencia, incluso de estupidez. Hábitos de lenguaje, como sabemos, surgen simplemente como una respuesta a nuestros pensamientos y sentimientos inarticulados; y es por lo tanto de mayor importancia que la sociedad haya llegado a hablar de una elección irracional como un capricho "ciego",, y un insensible estupor como un estupor"ciego". A menos que se haga algo para cambiar drásticamente el hábito del pensamiento que ha dado lugar a estas expresiones brutales, es claro más allá de toda duda, cuál debe ser el papél de los ciegos en la sociedad. Debe, en resumen, ser un rol fuera de la sociedad, o en el mejor de los casos, ser apartados fuera de su margen: un rol de inferioridad e incompetencia asumida: el papél de una clase paria.

Este rol de los ciegos, debo confesar, no representa cambio radical de la práctica histórica. Desde tiempos inmemoriales, el hombre ciego ha sido objeto de alternas actitudes sociales de rechazo y sobreprotección, el lado opuesto de la moneda de los prejuicios. Los ciegos han sido sobreprotegidos, como locos y leprosos, debido a que se suponía que su discapacidad es sinónimo de incapacidad para competir o participar en los canales habituales de la actividad social y económica. Han sido rechazados, tanto como consecuencia de este paternalismo, como de las supersticiones desgastadas por el tiempo que equiparon la ceguera con las fuerzas del mal y la ira de Dios. En las sociedades primitivas, los ciegos fueron arrojados, ya sea fuera, como afligidos, o dejados morir como cargas sociales. Incluso los Griegos de altas miras de la antigüedad clásica, no encontraron lugar para ellos en su filosofía de la vida buena, sino que declararon que eran parásitos y los condenaron a la extinción. A través de los siglos posteriores, con el crecimiento de la conciencia humanitaria, estas persecuciones manifiestas fueron gradualmente disminuidas, y a los ciegos se les extendió, por fín, el derecho a vivir y ser protegidos. Al igual que las sociedades humanas que se desarrollaron durante los primeros tiempos modernos para la protección de los animales mudos, una variedad de organizaciones benéficas y caritativas aparecieron en la sociedad occidental para la protección de las personas ciegas. Esto fué una mejora sustancial, por supuesto, para los animales y para los ciegos. Ambos estaban seguros de bondad y un hogar. No eran, y no lo son ahora, asegurados de una independencia.

La cuestión que nos ocupa, entonces, no es si los ciegos son merecedores de un trato humano; ya que lo están consiguiendo. La cuestión es, si son merecedores de un tratamiento humano, de consideración como seres humanos normales y ciudadanos de pleno derecho, con todos los derechos y las responsabilidades que ello conlleva en una sociedad democrática. Para muchos de ustedes, puede parecer obvio que los ciegos tienen derecho a tal consideración. Todavía tengo que probar que, de hecho, se les niega este derecho: que con respecto a las cruciales cuatro libertades de la democracia, la libertad, la igualdad, la oportunidad y la seguridad, los ciegos de la nación son víctimas de una política de contención, y sus esfuerzos por lograr la responsabilidad quedan efectivamente asfixiados bajo una tiranía de bondad.

La privación real de la ceguera, dicho sea de una vez por todas, no radica en su físico sino en sus efectos sociales. La pérdida de la vista por sí misma es suficiente tragedia, sin duda, con la imposición de limitaciones numerosas y estrictas sobre la actividad individual, exigiendo una serie de ajustes de largo alcance en cada departamento de la vida y el trabajo. Pero estas adaptaciones, aunque dolorosas, pueden ser hechas con éxito, aunque si bien, no se llevan a cabo fácilmente, y por sí mismas, nunca necesitan dar lugar al aislamiento e incapacidad permanente. Con años de investigación y demostración en el campo de la rehabilitación, se ha establecido más allá de toda posibilidad de conflicto que, dada la orientación competente, y suficiente oportunidad, la persona que ha perdido la vista puede volver a hacer grandes contribuciones a su propio bienestar y al de su comunidad . En lo que alguna vez pudo haber sido pensado, no hay lugar ya para la cuestión de si el hombre ciego es competente para atender sus necesidades personales y deseos, en esas actividades rutinarias como viajar solo, y afeitarse sin ayuda. Tampoco hay ninguna posibilidad ya, de duda en cuanto a su capacidad para llevar a cabo una vida social normal y participar en las actividades centrales y asuntos de su comunidad. Lo que es aún más al punto, aún menos pregunta existe en la actualidad acerca de su capacidad para llevar a cabo con éxito una amplia gama de puestos de trabajo en la industria, el comercio y las profesiones.

¿Qué impide que el hombre ciego, entonces, practique los derechos y disfrute de los frutos de su pertenencia a la sociedad? En pocas palabras, es la negativa de sus vecinos de aceptar sus palabras dados los hechos; es la renuencia de la gran mayoría de los Estadounidenses de abandonar su concepción consoladora y caritativa de la persona ciega, no sólo, como careciente de visión sino que como desvalido, y no sólo como desvalido, sino que sin esperanza. Viéndolo a través de este antiguo estereoscopio, siguen considerándolo como finalmente y permanentemente incapacitado a pesar de una clara evidencia de lo contrario, y con la mayor buena voluntad, le conducirán de la mano frente a las principales avenidas transitadas, a las calles secundarias cerradas de la sociedad.

La consecuencia de toda esta bondad, el toque final a la tragedia de errores , es que el mismo ciego suele sucumbir tarde o temprano a las actitudes y suposiciones de la sociedad, y sucumbe a ellas, no sólo como una práctica prejuiciosa a la que debe diferir, sino que como verdad más completa y literal. En el caso típico de la persona recién cegada, continuamente en contacto con el estereotipo público, él comienza pronto a verse a sí mismo como otros lo ven, que es decir, como un indigente y un inadaptado, indigno de independencia e incapaz de asociación normal. Manteniéndose así en el desprecio, se retirará voluntariamente a la apatía y el aislamiento, casi con tanto entusiasmo como la sociedad trata de imponerlo sobre él. Se rendirá incondicionalmente al estereotipo, en sus propios términos. Venderá sus derechos inalienables democráticos por un plato de lentejas de hospicio.

Quizá se oponen a este punto, en que la imagen ha sido agotada, que los ciegos Estadounidenses han dejado de ser condenados a un aislamiento total. ¿Pues, no hemos a través de nuestro gobierno, establecido una serie de agencias de rehabilitación y asistencia social, tanto a nivel federal como estatal? Lo hemos hecho, en efecto; y ya que la mayoría de los Estadounidenses piensan de sí mismos con razón, que son tanto generosos como buenos, comúnmente se supone que estas agencias públicas están debidamente equipadas para manejar las necesidades de los ciegos. La mayoría de la gente da por hecho que estas están dispuestas a proporcionar pagos de ayuda a los ciegos económicamente dependientes, para ayudar a sus clientes a adaptarse a un mundo de tinieblas, y, finalmente, para rehabilitarlos mediante el entrenamiento de algún tipo de trabajo útil. Pero es precisamente en este nivel, por desgracia, que nos encontramos con la verdadera tragedia en segundo lugar en la situación de los ciegos. Puesto que el estereotipo social generalizado de la ceguera como incompetencia e inferioridad se refleja con exactitud en el programa de bienestar de protección social de la nación. En lugar de ayudar al ciego para escapar de la inercia mortal de aislamiento emocional, social, y económico, nuestras agencias de protección social, en realidad, refuerzan el aislamiento. En vez de ayudarlo a volverse psicológicamente y financieramente autosuficiente, intensifican su total dependencia de los demás.

A pesar de que la miseria es una mala base para la difícil tarea de reajuste económico y psico-social de los ciegos, la miseria se convierte en condición de elegibilidad para asistencia pública. Aunque estímulo económico por medio de un mejor nivel de vida, la retención de una cantidad razonable de recursos, la acumulación de un capital y los ingresos necesarios para traducir un interés teórico social en la rehabilitación en los términos que tengan un significado y valor para el individuo, al hombre ciego que está recibiendo asistencia pública se le niega todo esto, o se le permite, en forma marcadamente reducida y totalmente inadecuada.

A pesar de que la pobreza engendra sólo pobreza, embrutece la personalidad, y sofoca la ambición, la insuficiencia de material adecuado es la regla en toda la nación, y está por debajo de un nivel de alivio que ha caído muy por debajo del costo de la vida, dejando al ciego mal alimentado, mal vestido y mal alojado. La prueba de medios, glorificada en un principio de bienestar de protección social en la expresión, "la necesidad  individual necesita determinarse individualmente", ha sido asociada de manera integral con el mantenimiento precario del destinatario en el más elemental nivel de supervivencia mínima. A pesar de los muchos miles de ciegos que eventualmente podrían ser restaurados a su independencia económica, ya que, es indispensable que se refuerce la independencia psicológica, incluso cuando se encuentran temporalmente económicamente dependientes, esto, es imposible si, como exige la prueba de medios, sus escasas finanzas están bajo continua revisión, sus escasos gastos de consumo son examinados y juzgados, y son tratados como prendas en custodia sin derechos o facultades de autogobierno, y no como ciudadanos de primera clase.

En el marco del sistema de bienestar de protección social, tal como existe hoy en día, el hombre ciego es tratado como un indigente congénito que tiene que estar bien guiado a través de los detalles más íntimos de la rutina y de la vida privada por la mano insistente del trabajador social. Es pronto consciente de la situación de inferioridad en la que ha sido lanzado. Él llega a entender que es víctima de discriminación única, que otros grupos de la sociedad, ya sea en el trabajo, los agricultores e industriales, no hacen tal sacrificio en la libertad personal en la recepción de una ayuda del gobierno. Y con esta comprensión profundizada su resentimiento se agrava; su frustración, inseguridad y hostilidad se intensifican; su alienación de sí mismo y de la sociedad es completa. Ha sido despojado de dignidad y el derecho a reanudar un papél útil en la sociedad. Porque la libertad en el sentido de la vida personal es un derecho democrático fundamental, pero también es más que eso, es una necesidad humana básica. El individuo al que no se le permite satisfacer esa necesidad está claramente separado del resto de la sociedad; y, en el caso de la ayuda del beneficiario ciego, se convierte en prisionero de un sistema que fué diseñado para hacerlo libre.

La suposición generalizada de incompetencia también subyace y califica la mayoría del trabajo de rehabilitación para los ciegos. La localización de casos es casi inexistente; y el asesoramiento, orientación, entrenamiento, y colocación se limitan severamente. Con demasiada frecuencia, el final de este proceso es la graduación en un taller cerrado. Desviado en este callejón sin salida literal de su entrenamiento y de sus entrenadores, el cliente ciego se encontrará por fín en el callejón sin salida de la carretera.

Si la persona ciega busca un empleo en la industria privada, en la administración pública, o en muchos de los oficios comunes, llamados y profesiones, se encontrará con la puerta de la oportunidad en las narices. Su propia demostración de capacidad tendrá poco que ver con el trato que recibe. No es su capacidad sino su discapacidad que mantendrá la atención de los empleadores y juntas directivas del gobierno; y no su discapacidad, sino su concomitante falso de incapacidad determinará su destino. Todos estarán de acuerdo en que es más digno de compasión que censura, pero más de ser censurado que contratado.

Con la exclusión del hombre rehabilitado de la industria, el comercio, el gobierno y la profesión, hemos cerrado el círculo. Su alienación emocional, económica y social se ha completado. El ciudadano enérgico, confiado en sí mismo, y respetado de ayer, antes de la aparición de la ceguera , es hoy, sin esperanza, un dependiente del Estado. El impacto inicial de la ceguera, lo había echado en lo que según todos los estándares científicos y racionales, debería haber sido un estado transitorio de frustración e inseguridad. Pero el público en general, supuso falsamente, que era permanentemente impotente y lo trató en consecuencia. Agencias de bienestar asumieron que él era incapaz de empleo y crearon su sistema en esa premisa. Trabajadores de rehabilitación lo consideraban limitado a las calles secundarias económicas y, lo llevaron allí. El comercio y la industria, el gobierno y la profesión lo juzgaron antes de su aparición y lo encontraron falto. Y el hombre ciego pronto se convenció de que por estas actitudes no valía la pena luchar y, finalmente, que eran ciertas.

Los cuatro grandes derechos de libertad, igualdad, oportunidad, seguridad, han ganado una posición firme en la estructura ideológica de la democracia Estadounidense. En lo que respecta a los ciegos, sin embargo, como nuestro análisis ha demostrado, son más honrados en la violación que en la observancia. La excesiva interferencia del trabajador social en la vida de los clientes beneficiarios del bienestar de protección social constituye una flagrante invasión de su libertad. Un sistema de bienestar de protección social que condena a los ciegos a la vigilancia permanente, mientras no exigentes de tal sacrificio de otros grupos asistidos, priva a esos ciudadanos de su derecho a la igualdad y la igual protección de las leyes. La insuficiencia de los pagos de bienestar de protección social, muy por debajo del nivel aceptado de existencia niega a los ciegos su derecho a la seguridad. Y, por último, la persistente negativa del gobierno y de los negocios de emplear a trabajadores ciegos en el programa de bienestar de protección social para proporcionar alicientes para el progreso, es una clara violación de su derecho a la oportunidad.

Los ciegos de la nación, en resumen, son las víctimas de una doble moral. Por un lado están seducidos por la promesa de independencia y auto-suficiencia estampada en las normas de las cuatro libertades. Por otro lado, están pisoteados por los cuatro jinetes de la compasión, la inseguridad, la sobreprotección y el rechazo. Las consecuencias para el ciudadano ciego de la ambivalencia de la sociedad son muy claras. Materialmente se le niega las recompensas y los beneficios mantenidos por el ideal de cuatro veces de la libertad. Psicológicamente es frustrado por la discrepancia entre lo ideal y la realidad, inmovilizado por la moderación educada de una mano de hierro en guante de terciopelo, por el pacto de caballeros a través del cual se oculta la dura realidad de la exclusión en una atmósfera de benevolencia.

Los objetivos fundamentales de toda política pública diseñada para ayudar a los ciegos deben ser, en primer lugar, la emancipación emocional y económica de tantos ciudadanos ciegos como sea posible, en segundo lugar, su reinserción en la sociedad como miembros de pleno derecho y ciudadanos de primera clase. Expresado más sencillamente, los dos objetivos son la independencia y la interdependencia. Los medios inmediatos de la aplicación de estos objetivos requieren una extensión a los ciegos de esos derechos y libertades democráticas, mediante las cuales, se pueden habilitar para desarrollar y aplicar sus capacidades y talentos para establecer su prerrogativa de igual número de miembros de la sociedad. Con estos objetivos generales en mente, es posible señalar varias áreas específicas en las cuales la acción reformista no sólo es factible, sino que puede estar obligada a proporcionar el estímulo para el cambio progresivo en todos los demás ámbitos de la política y la filosofía hacia los ciegos.

En primer lugar, el llamado sistema de necesidades, debe ser abolido de la ley y de la práctica de la asistencia social. Mientras que el concepto no realista de la necesidad, un residuo arcaico de las leyes medievales de los pobres,  se conserve en los libros de estatutos, el país de los ciegos deberá llevar en sus portales la inscripción: ". Abandonad la esperanza todos los que entreis aquí."

Además, las leyes deben ser revisadas para permitir exenciones más razonables, tanto de los ingresos como de los bienes. Lo que al ciego solicitante de la ayuda se le dice, en efecto, es: si desea conseguir el reparto, debe prometer no tratar de salir de él. Estas disposiciones restrictivas previenen, eficazmente, al cliente de tirar por sí mismo de sus correas de arranque, de trabajar su camino, y seguir adelante en la manera tradicional Estadounidense fuera de la caridad y la sumisión, a la independencia y auto-respeto.

En segundo lugar, la práctica injustificable de la infiltración del trabajador social en la vida de los beneficiarios ciegos por la protección social debe ser radicalmente reformada. La suposición degradante detrás de este procedimiento es que los ciegos son incapaces de planificar sus vidas y presupuestos; es la clara demostración en la práctica de las definiciones del diccionario, que sugieren que ser ciego no es tanto la falta de la vista como la falta de previsión y perspicacia , en la visión mental y la percepción intelectual. Los ciegos, hay que decir, necesitan un inteligente trabajador social para la orientación en la planificación de las carreras independientes; no necesitan el sentimiento de frustración y futilidad que son el producto del cautiverio del trabajador social.

Este fracaso del programa público del sistema de protección de bienestar social, apunta a una reforma más profunda que en definitiva es necesaria para obtener la igualdad de respeto y trato para las personas ciegas. Es la reinterpretación del bienestar en sí, lejos de la filosofía de encadenamiento de ayuda a los pobres, hacia la concepción moderna de la rehabilitación. En la nueva orientación, la ayuda pública para ciegos empleables debe representar, no una limosna a los necesitados, sino un estímulo a la auto-ayuda: no una caridad permanente que perpetúa la dependencia, sino un aliciente inmediato que invita a la independencia. El pueblo Estadounidense ha creído siempre en las virtudes del trabajo y condena la ociosidad como una plaga. Desde esta actitud fuertemente arraigada, han surgido, tanto el evangelio de auto-ayuda, como la Política de no intervención, y más recientemente, el derecho al trabajo, la obligación social del pleno empleo. ¿Qué se puede decir de un sistema que prohíbe a una minoría sustancial, la posibilidad de auto-ayuda y el derecho al trabajo, salvo que, si no es inhumano, sin duda es antiestadounidense.

La visión moderna de la asistencia pública para los ciegos como esencialmente reintegradora, depende en gran medida de su éxito, por supuesto, en la victoria simultánea de esta filosofía, en el campo de la hermana de la rehabilitación vocacional. Con demasiada frecuencia, los funcionarios de rehabilitación han compartido el prejuicio público que habitualmente se expresa en el rechazo y la sobreprotección, en el rechazo de la corriente principal de competencia y la sobreprotección en los remolinos de empleo cerrado. Lo que se necesita es una revisión profunda del proceso de rehabilitación en el principio de que los ciegos son seres humanos normales con un potencial ocupacional diversificado, poseídos del derecho y la capacidad de hacer un trabajo de jornada completa en nuestra economía. El principio de la normalidad debe infundirse en todo el programa y lograr la apertura de todos los esfuerzos de rehabilitación. Se requiere de métodos rápidos de detección de casos para rescatar a los recién cegados de la apatía y el aislamiento. Exige un nuevo énfasis en el asesoramiento y en el entrenamiento marcado por la plena fé en las capacidades de los ciegos y la cooperación genuina en el desarrollo de planes de carrera. Por encima de todo, lo que requiere es la demolición completa de los estereotipos existentes sobre la ceguera en las mentes del público en general, y de los empleadores en particular. Por último, como hemos sugerido, es esta imagen generalizada de los ciegos desvalidos,  la tradicional ecuación de discapacidad física con un total de incapacidad, lo que representa el mayor impedimento impuesto por la ceguera, y constituye la discriminación sin justificación, por lo cual, a un cuarto de millón de Estadounidenses Se le prohíbe la ciudadanía plena en la sociedad.

Uno de los medios concretos de disuadir el perjuicio económico y de salvaguardar los intereses de los ciegos, tal vez el más urgente de todos, es el de una legislación adecuada. Muy pocos estados han promulgado leyes que prohíben la discriminación entre los solicitantes de empleo público debido a impedimento físico. Hasta ahora, la mayoría de los estados no han logrado dar este paso, mientras que la industria privada ha quedado completamente libre para perpetuar su prejuicio contra aquellos sin visión. Hay necesidad inmediata de disposiciones legislativas Irrefutables, tanto a nivel estatal como federal, que le garanticen a los ciegos una buena oportunidad para demostrar sus habilidades. Si los empleadores están obligados por ley a evaluar a los trabajadores ciegos por sus méritos individuales, en lugar de demeritar su clase, se puede predecir que la industria y el público pronto llegarán a reconocer la gran contribución que los hombres y mujeres ciegos Estadounidenses han estado esperando poder hacer a la economía de la nación.

Nosotros, los ciegos en la Federación, pedimos que a los ciegos se les dé la libertad de acción que es el fundamento de la dignidad humana, la calidad del tratamiento que es indispensable para su propio sustento, la seguridad de la mente y el cuerpo, que es necesaria para su rehabilitación, y el grado pleno de oportunidades que les permita demostrar su valor económico y valor social. Pero ni la Federación Nacional de Ciegos, ni ninguna otra organización puede conceder los derechos que pueden restablecer a los ciegos a un rol de miembro pleno e igual en nuestra sociedad. Sólo ustedes, el pueblo, finalmente, puede decidir si los ciegos Estadounidenses son merecedores de un lugar en el sol, o deben mantenerse siempre en un refugio en la sombra. 

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