[Nfbespanol-talk] Creciendo en el Lado Salvaje

Frida Aizenman aizenman at earthlink.net
Mon Aug 6 01:02:34 UTC 2012


FUTURE REFLECTIONS
Volumen 30, Número 2

Edición Especial: La Adolescencia

Una revista para padres de familia, y maestros de niños ciegos, publicada por la American Action Fund for Blind Children and Adults, en colaboración con la Organización Nacional de Padres de Niños Ciegos 

Deborah Kent Stein, Redactora

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http://www.nfb.org/Images/nfb/Publications/fr/fr30/2/fr300205.htm

[LEYENDA DE LA FOTO: Sue con su perro guía junto a ella, y su gato en el regazo.]
Creciendo en el Lado Salvaje
por Sue Tillett
Nota de la redactora: conocí a Sue Tillett el verano en que yo tenía seis años,  en el campamento, Camp Marcella, el campamento de Nueva Jersey para los niños ciegos. Me acuerdo de la exploración del área de juego con ella en nuestra primera tarde, y de hacer un descubrimiento asombroso tras otro, encontrando un rodadero, una balanza, una rueda, y una roca gigante que era ideal para la escalada. Con el espíritu de aventura que llegué a admirar, Sue decía: "¿Qué va a pasar ahora?" En este artículo, comparte un poco acerca de lo que sucedió después, cuando ella estaba creciendo en los años sesenta. Sue había trabajado durante casi treinta años en un centro para la tercera edad, donde desarrolló un programa llamado ENLACE que coincide con las personas mayores y los estudiantes de la escuela secundaria. Es miembra del capítulo Capital de la Federación de Nueva Jersey.

Cuando Debbie Stein me pidió que escribiera sobre mi vida como una adolescente ciega, dije a un amigo, "¿Realmente quiero que la gente sepa lo mala estudiante que era, y que lean acerca de mis turbias hazañas?"

"Oh, vamos, Sue", dijo. "Después de todo, fueron los años sesenta." Yo fuí quien sugirió que Future Reflections incluya una serie de artículos sobre los adolescentes que crecen en diferentes épocas. Supongo que tenía que darle una oportunidad.

Mis padres no sabían nada acerca de cómo criar a una niña totalmente ciega.
Afortunadamente para mí, establecieron el estándar de oro para no ser sobreprotectores, y por no dejarme usar mi ceguera como una excusa para dejar de hacer las cosas en casa. (Lo usé al máximo en la escuela, sin embargo, algo de lo que no me siento particularmente orgullosa en la actualidad.) Mis padres mantenían un frente unido, por lo que, nosotros los niños, no podíamos hacer una jugarreta de uno contra el otro. Nos dieron mucha libertad si no abusábamos de ella. Podíamos recorrer toda la ciudad, siempre y cuando nos presentáramos a las seis de la tarde para la cena. Eso significaba a las seis, ¡no un minuto después de las seis!

Yo era la hija del medio de tres, con un hermano nueve meses mayor, y una hermana cinco años más joven. Mi hermano me enseñó lucha libre, trepar a los árboles, y participar en los juegos del barrio. Ya que no se me enseñó a usar un bastón, me acompañó a la escuela hasta que empecé a caminar con los amigos. Mis padres constantemente recibían llamadas de los vecinos diciendo: "Tu hija está subida en nuestro árbol", o" ¡Sue está en nuestro tejado del garaje!" Mis padres con calma les dijeron que se entraran. "No miren", aconsejaban. "Ella va a bajarse de la misma manera que se subió allí."

Como la mayoría de los estudiantes ciegos en Nueva Jersey en esa época, comencé en la escuela de mi barrio. No me gustaba la escuela desde el primer día. Para mí fué una de las dificultades que sencillamente tenía que aguantar. Los niños se burlaban de mí; yo tenía una cierta dificultad de aprendizaje; y los maestros se compadecieron de mí y me empujaron a lo largo, haciendo caso omiso de los problemas.

Cuando teníamos seis y siete años, a mi hermano Jeff y a mí se nos permitió tomar el tren juntos de Princeton a Harrisburg, Pennsylvania, para visitar a nuestros abuelos. Cuando tenía siete años, se me permitió hacer el viaje sola. En quinto grado, cuando mis padres me enviaron a la escuela para ciegos, Perkins School for the Blind, viajé desde Nueva Jersey a Boston y de regreso por mi cuenta. Sin un bastón, estaba completamente a merced de los conductores, conductores de autobuses, asafatas, la sociedad de ayuda a los viajeros, Travelers' Aid Society, y la amabilidad de los extraños. En Perkins, siempre estaba siendo castigada por las cosas terribles que hacía, poniéndome de pie en los columpios, deslizándome por el pasamanos, y escabulléndome a mi cuarto para un poco de intimidad.

En el otoño de 1963, me fuí de Perkins y regresé a mi casa para asistir a la escuela secundaria.
Comencé mi primer año con temor. Después de cuatro años de infelicidad y nostalgia en Perkins, sin embargo, estaba encantada de estar viviendo de nuevo en casa y encantada de estar de vuelta en la escuela pública. Había trabajado duro y estaba en el cuadro de honor mi primer semestre.

Las versiones en Braille de mis libros de texto de secundaria rara vez llegaron a tiempo.
Finalmente, contraté a un par de compañeros de clase como lectores. Había utilizado una pizarra y punzón para tomar apuntes en clase, y frecuentemente les pedía a mis compañeros de clase que si podía compartir sus apuntes. Cuando tenía una prueba, escribía mis respuestas en una máquina de escribir manual, o tenía que quedarme después de clases y tomar el examen oral con el maestro. Mi padre me leía fielmente todos los días de nuestra vida en común. Él me dio una apreciación maravillosa de los libros, a pesar de que era una adulta antes de que me gustara leer por mi cuenta por placer. Yo era, y sigo siendo, una lectora de Braille lenta, pero no cambiaría el Braille por nada.
No me puedo imaginar cómo me las habría arreglado en la escuela, o habría obtenido varios puestos de trabajo sin él.

Fuera de la escuela, tenía una vida social activa. Me uní a una tropa de Scout Marino, e hice algunos buenos amigos. Tuvimos maravillosos líderes de tropa. Nos habían involucrado en proyectos de servicio, nos llevaron en viajes de campamento y de canoa, y nos enseñaron a navegar. Nuestra tropa era dueña de dos barcos de vela y dos canoas, y habíamos pasado muchas tardes en un lago cercano. Todos nos convertimos en buenos marineros. Durante mi último año, diez de nosotros fuimos en un crucero de una semana en una goleta de cincuenta y nueve pies, a Mystic, Connecticut.

Con mis amigos, era valiente y extrovertida, pero era una, totalmente, diferente persona en la escuela. Nunca levanté la mano si no entendía algo, y sólo rara vez si lo hice. A pesar de todas mis actividades y aventuras, no me sentía del todo cómoda en mi piel como una persona ciega. Estaba a disgusto con alguien que no conocía, y sólo quería ser invisible.

Para cuando comencé la escuela secundaria, todavía no había tenido ningún entrenamiento de movilidad en absoluto. Al principio, dependía de mi hermano y mis amigos para que me ayudaran a ir de una clase a otra. Con el tiempo había aprendido el camino, pero aún así, caminaba con un amigo cada vez que podía. ¡Cuánto más fácil habría sido la vida si hubiera tenido un bastón en la mano!

Otra estudiante ciega, Gaye, pasó por el sistema de escuelas públicas en Princeton junto a mí, y éramos buenas amigas. Ella era una excelente estudiante, extrovertida y con talento, y estaba convencida de que la gente nos veía como opuestas. Pocos meses después de nuestro primer año, la comisión para ciegos, New Jersey Commission for the Blind, finalmente decidió que era hora de que Gaye y yo aprendiéramos los viajes de bastón. Ninguna de nosotras conocía a alguien que utilizaba un bastón. Los únicos adultos ciegos que habíamos conocido eran Agnes Allen, nuestra querida consejera de la comisión durante la escuela primaria; y Peter Putnam, el famoso escritor e historiador, que enseñó en la Universidad de Princeton. Ambos viajaban con perros guías. Para Gaye y  para mí, ¡viajar con un bastón era mucho más que raro! Para nosotros, una cosa quedó clara, ninguna de las dos iba a ser capturada muerta caminando alrededor de Princeton con un bastón, ¡viéndose ciega! De alguna manera, Gaye encantó a nuestro instructor de orientación y movilidad, O&M, para que nos llevara a Trenton para la poca instrucción del bastón que nos dieron.

En Navidad, mi padre anunció que iba a tomar un sabático, y en febrero, cargamos la camioneta y nos trasladamos a Riverside, California. Allí, el noveno grado era el grado superior del primer ciclo, lo que me hacía sentir como si fuera un descenso real. Los funcionarios de la escuela no pensaban que una estudiante ciega pertenecía a la escuela pública. Dijeron que tenía que ir a una escuela en el otro lado de la ciudad debido a que otro estudiante ciego ya asistía allí, y los maestros estaban "más acostumbrados a ello." La mayoría de los estudiantes no hablaban conmigo, y yo no sabía cómo hablar con ellos. Hice un buen amigo en la tropa de Scout Marino de Riverside, y nos volvimos inseparables.

En la primavera, a mi padre le ofrecieron un puesto como director del Departamento de Ciencias Políticas en la Universidad de California, Riverside. Empecé a escribir frenéticas cartas a mis amigos en casa, pidiéndoles que le pidieran a sus padres, que si yo podía vivir con ellos y terminar la secundaria de Princeton High. Sucedió que mi madre leyó una de esas cartas. Ese fué el factor decisivo, además del hecho de que la escuela dijo que tenía que tomar conducción educativa en el décimo grado porque era un requisito, aun cuando eso significaba que no tendría espacio en mi horario para la biología.

Después de perder un semestre, encajarme de nuevo en mi clase de Princeton fue difícil. Había perdido mi entusiasmo por la escuela otra vez, y casi no pasé biología porque me negué a cortar un animal, o tocar a algo que estaba muerto. (Teniendo en cuenta mi amor desordenado de los animales, se podría pensar que aprovecharía la oportunidad para conseguir un perro guía cuando tenía dieciséis años. Pero una vez más, no quería nada, para llamar la atención sobre el hecho de que yo era ciega. Estaba en mis veintitantos años antes de que tomara mi primera caminata estimulante con Velvet.) También, ese mismo año, comencé a hacer un montón de cuidado de niños para los hijos de los amigos de mis padres. Años más tarde, una de esas madres me contrató para trabajar con ella en el recurso de la tercera edad, Princeton Senior Resource Center, un trabajo que realizé por veintisiete años. El acontecimiento más memorable de mi segundo año fue, que mis padres me permitieron ir a la Manifestación de Martin Luther King en Washington con un amigo que había sido uno de mis consejeros en el campamento para los niños ciegos de Nueva Jersey.

Durante mi tercer año, mis mejores amigas, Margy y Cheryl, y yo comenzamos a pasar el tiempo con un grupo amistoso, amante de la diversión, y teníamos calurosas fiestas casi todos los fines de semana. Estábamos enamorados de todos los cantantes de folclor de los años sesenta, y fuímos a Nueva York y a Filadelfia para su captura en concierto cada vez que podíamos. Una de mis amigas, escribió a Bob Dylan y le preguntó si estaría bien que ella pasara al Braille los poemas, en la parte posterior de sus discos para mí. Él escribió y dijo que sería un honor si ella lo hiciera, y que pensaría en nosotros algún día, pero no sabía ni dónde ni cuándo. Un año más tarde, estábamos en un concierto en Filadelfia, cuando escuchamos que Dylan cantaba los renglones, "Escribir en Braille,

ir a la cárcel sin baile,

puede que vayas,

entra en el ejército si fallas,"

en su canción "Subterranean Homesick Blues." Nos agarramos unas a otras y gritábamos, como sólo adolescentes pueden hacerlo.

En el último año, comenzamos a incursionar en las drogas y el alcohol. Margy y yo empezamos a fumar, pensando que éramos fabulosas. Margy robó un libro de pases en blanco de uno de nuestros maestros, y comenzamos a cortar las clases con regularidad. También habíamos perfeccionado el arte de cortar días enteros de la escuela. A veces, les decíamos a nuestros padres que íbamos a andar en mi bicicleta de dos puestos y nos dirigíamos a uno de nuestros lugares favoritos. Salíamos a jugar en el bosque o a tomar el sol, o escondíamos la bicicleta en algún lugar y tomábamos un autobús a Trenton o a New Brunswick para ir de compras. Mi hermana escribía mis excusas ausentes y había falcificado la firma de mi padre.

La mayoría de las noches de los jueves y del sábado me escapaba por mi ventana de la habitación para pasar el rato con mis amigos hasta el amanecer. Una noche, mi madre vio la luz de un cigarrillo y fué más allá de la ventana de su dormitorio. Sospechosa, vino a mi habitación y abrió la ventana. Los niños le susurraron: "Oye Susan, quieres ir a la playa?" Aún metida en la cama, no me atrevía a respirar ya que mi madre les respondió:
"¡Por supuesto que no!" y revisó para ver si yo estaba dormida. Incluso con esa llamada tan cercana, mis travesuras nocturnas no fueron descubiertas hasta mediados de abril. Me castigaron hasta después de la graduación, mientras mis amigos fueron castigados por sólo dos semanas.

Creciendo en Princeton, rodeada por miembros de la familia y amigos extremadamente brillantes, siempre se esperaba que yo iría a la universidad. Sin embargo, yo no podía esperar para poner fín a la escuela, y no tenía aspiraciones para el futuro. ¿No eran mis malas calificaciones evidencia de que no era lo suficientemente inteligente como para un seguimiento en la rápida académica? Mi padre empezó a traer a casa los temidos catálogos universitarios en los que no tenía ningún interés. Me imaginé que iba a ser reprobada de cualquier universidad tan tonta como para que me aceptara y que terminaría viviendo en la casa para el resto de mi vida.

Una noche, mis padres llegaron a casa de una fiesta de cena, y me dijeron que se habían enterado acerca de la Universidad de Goddard College en Vermont. Era un colegio donde los estudiantes trabajaban de acuerdo a su propia capacidad y no se les daba pruebas Ni había calificaciones. El estudiante y sus profesores escribían las evaluaciones de su progreso. Se esperaba que los alumnos debían encontrar un trabajo voluntario o remunerado en la comunidad relacionado con su campo de estudio. Si la universidad no ofrecía un curso que la alumna quería, la alumna podía diseñar su propio curso como un estudio independiente. ¡Por fín, aquí había un ambiente de aprendizaje que tenía sentido para mí! Goddard se centró en el aprendizaje de una manera práctica en lugar de obligar a los estudiantes a absorber lo que otros pensaban que era importante.

En el otoño de 1966, empecé mi tiempo en Goddard en un estado de alto entusiasmo. Entonces, en el inicio de mi tercera semana en la ciudad universitaria, mi padre falleció repentinamente de un ataque al corazón a la edad de cuarenta y tres. Su muerte fue una pérdida aplastante, y transformó mi visión de la vida. Casi inmediatamente, me convirtió en una estudiante seria y trabajadora. La única vez que me perdí una clase fué en los días en que tomaba unos días en un largo fín de semana y fui a casa a ver como estaban mi madre y mi hermana. Echaba de menos la cercanía de mis compañeros de escuela secundaria, y pasé mucho de ese mismo año en duelo por mi padre, que tuve dificultades en hacer nuevos amigos. Poco a poco, hice algunos buenos amigos en la universidad. Caminaba en torno al colegio sin un bastón y dependía de mis compañeros de clase cada vez que era conveniente. Pocos de los libros que necesitaba estaban disponibles en la Biblioteca para Ciegos, o de Recording for the Blind. Pagué a estudiantes para leerme directamente, o para grabar mis trabajos en mi grabadora vieja y grande con cinta de carrete a carrete. Debido a que mi máquina de escribir, y mi máquina de escribir Braille eran tan ruidosas, tenía permiso para trabajar en la oficina de uno de mis profesores. Me dirigía allí después de que mis amigos se fueron a dormir, y estudiaba hasta las cuatro de la mañana.

Goddard fué la capital de la droga del universo. La mayoría de los estudiantes utilizaban las drogas casi todos los días, y parecían estar usándola como una vía de escape. Ellos no se reían y no se divertían en la forma en que lo hicimos en la escuela secundaria. Yo pensé: "Si esto es adicción, ¡no quiero ninguna parte de ella!" Estaba decidida a no permitir que las drogas se convirtieran en un sostén en mi vida.

Goddard era difícil si no aprendiía a asumir la responsabilidad de su propia vida. De los sesenta y cinco estudiantes que entraron como estudiantes de primer año conmigo, sólo doce de nosotros nos graduamos cuatro años más tarde.

Había otra estudiante ciega en Goddard que estaba dos años por delante de mí.
Durante mi segundo año, Myra y yo decidimos que nuestra vida social sería mucho más emocionante si tuviéramos coche. Mi amigo Peter y yo fuímos a dedo hasta Wesleyan, y, por veinticinco dólares, compré el Chevy 1951 de mi hermano que no tenía reverso. Nos enteramos de que había que estacionar en paralelo el Chevy, cuesta arriba para que pudiéramos ir hacia atrás cuesta abajo. ¿Debo, realmente admitir que lo conduje en la ciudad universitaria y saludé al guardia en la puerta de entrada?
Nadie hubiera asegurado un automóvil propiedad de dos personas ciegas. Así que, en la sabiduría de los jóvenes, Myra y yo, decidimos que si no aseguraban el auto, lo conduciríamos sin seguro. El Chevy sólo costaba veinticinco dólares de todos modos.
Myra lo usaba con sus amigos y yo lo usaba con los míos. Nos divertimos mucho con él ese año, y lo vendimos al garaje local en la primavera por veinticinco dólares.

Al comienzo de mi tercer año, decidí que desesperadamente extrañaba  tener un animal en mi vida. Un amigo y yo fuímos a dedo a una granja y regresé a la universidad con dos gatitos Maine Coon en una cremallera en nuestras chaquetas. Yo había seguido trabajando duro, pero estaba empezando a sentir que necesitaba un descanso de la universidad. Había solicitado un programa de trabajo y estudio en el departamento de terapia ocupacional en el Instituto de los Lisiados y Discapacitados, Institute for the Crippled and Disabled (ICD) en New York City.

En enero me trasladé a un apartamento de eficacia en St. Mark's Place, con dos amigas y dos gatitos. El apartamento estaba a quince cuadras de mi trabajo.
Sabía que, finalmente, tendría que aprender a usar el bastón, pero estaba aterrorizada del tráfico de la ciudad. Al principio caminaba lo suficiente como para tomar el autobús, y me tomó un mes tener la valentía de caminar al trabajo y viceversa.
Con el tiempo, comencé a caminar por toda la ciudad, e incluso a la terminal del Port Authority para ir a casa para un fin de semana de vez en cuando, pero aún así, No utilizaba el bastón en Princeton.

Mis compañeras de apartamento y yo fuímos tutoras de los niños en Harlem, fuímos a los espectáculos de Broadway, asist'ímos a los conciertos en Fillmore East, y al Teatro, Apolo Theater. Protestamos la guerra de Vietnam y llevábamos las faldas puestas increíblemente cortas. Nuestro pequeño apartamento estaba desbordado con los amigos de Goddard, alcohol y marihuana. Habíamos compartido nuestra comida, nuestras camas, y todo lo que teníamos.

Cuando regresé a Goddard en el otoño de 1969, me lancé a la práctica de la enseñanza e investigación, y en la escritura de mi tesis de grado. Todos en los dormitorios vinieron a ver a Mehitabel dar a luz cuatro hermosos gatitos en mi cajón inferior de la cómoda. Una semana más tarde, fuí a mi graduación, por segunda vez, con los pies descalzos.

Durante un tiempo, estuve bajo la impresión de que, debido a toda la nueva tecnología, los niños ciegos de hoy tenían todo mucho más fácil de lo que nosotros tuvimos. Estaba descorazonada al descubrir que todavía tienen muchas de las mismas dificultades que enfrentábamos al crecer, como no conseguir los libros a tiempo. El peor problema al que se enfrentan, por supuesto, es que a tan pocos niños ciegos se les da La enseñanza del Braille.

Sin embargo, cuando veo a un niño de cuatro años de edad en la convención al salir al frente de sus padres con un bastón en la mano, quiero saltar por el pasillo. Me encanta escuchar a nuestros adolescentes ciegos hablar, y escuchar que facultados son, y su auto-confianza. Me encanta leer Future Reflections y enterarme acerca de todas las maravillosas oportunidades que nuestros niños tienen en la Federación de hoy. Me encanta saber que los padres de familia se han organizado y están llegando a ayudarse unos a otros a criar a sus hijos ciegos. Realmente, "se necesita tener un pueblo" para hacerlo bien.

Mirando hacia atrás en esos años, me sorprende que todos sobrevivimos y crecimos hasta ser adultos responsables. ¡Qué suerte tengo de tener varios de mis maravillosos amigos de la escuela secundaria y de la universidad, todavía en mi vida. Mi padre hubiera estado muy interesado y sorprendido por toda la tecnología que tenemos en la actualidad. Hubiera estado complacido en saber que a su hija salvaje, rebelde, le fue bien en la universidad, que resultó estar bien en este mundo loco grande. Y podría, incluso, haberse sentido un poco orgulloso.
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