[Nfbespanol-talk] Un Pequeño Niño los Guiará

Frida Aizenman aizenman at earthlink.net
Sat Dec 6 04:23:57 UTC 2008


            Un Pequeño Niño los Guiará

 

                   por el Padre Patrick Martin

 

Invierno, 1997, boletín de Noticias de Ave María

Center, Lugar de Retiro.
El autor, Padre Pat Martin, es un miembro

del personal del centro. 



     ¿Cómo usted definiría la aventura? Para mí, fué el tomar el tren número siete de la Calle Main, Flushing, Nueva York, a la Calle 74/Avenida Roosevelt, Jackson Heights, Nueva York, y allí transferir al tren E para la Avenida Lexington, y la Calle 53 en Manhattan, todo por mi mismo. La Parroquia St. Michael, San Miguel, en Flushing me trajo de nuevo a mi ciudad preferida, y ahora, le agregaron a su regalo, dándome, un día libre en medio de su mission, a fín, de acomodar una celebración particular de la parroquia. Yo estába realmente emocionado, mientras que planeába ese día libre semanas por adelantado. Me gusta Nueva York. En los tempranos años de los 70, había vivido allí, y tenía dominio de los subterráneos, los autobuses, el Ferrocarril de Long Island, e incluso los taxis. Mi día libre sería en mi memoria un viaje de tiempos pasados. Además de dos décadas, puesto que había andado por las calles de la ciudad, la única otra diferencia principal para mí era que ahora la visión de apunte que solía dejarme leer los letreros del subterráneo, y de las calles, letra por letra, fue deteriorada absolutamente. En vez de utilizar ese apunte, la visión de túnel como mi ayuda de viaje, ahora, utilizaría el bastón blanco. Me preguntaba, mientras que emprendía mi aventura, cómo mi nueva ayuda funcionaría.

"     "¿Va usted realmente a montar en el subterráneo solo?" un ansioso sacerdote en la parroquia me preguntó.

      "¡Seguro!" Dije recordando con entusiasmo la emoción de independencia y crecimiento que los subterráneos me habían dado décadas anteriores. Yo era como Hansel y Gretel, cuidadosamente observando distintas señales, contando las izquierdas y las derechas, etc., así para que yo pudiera encontrar el camino a mi casa al final de mi día de aventura. Paré en una esquina de la calle para buscar la vieja entrada familiar del subterráneo. Era absolutamente asombroso., Incluso no tuve que pedir ayuda. Alguien me vio, y prontamente ofreció señalar. "¿Puedo ayudarle, Padre?"

Mi bastón blanco ese día de aventura era tan maravilloso para mí ¡como las cosas de Moisés! Su cosa dividió el Mar Rojo ante los Israelitas, mi bastón blanco dividió el mar de neoyorquinos dondequiera que Fui ese día. Recordé con cierta nostalgia cuántas veces en un viaje similar en décadas tempranas, tropecé con gente porque no los veía venir, y ellos no podían ver que yo era ciego. Mi bastón me trajo abajo de las escaleras del subterráneo, y otra oferta de ayuda me llevó directamente a la  cabina de las fichas del subterráneo, en donde descubrí otro cambio que las dos décadas habían logrado. En vez de pagar veintisiete centavos por una ficha, ahora pagába un dólar y cincuenta centavos. Armado con dos fichas, una para ir y una para regresar, me moví con la multitud abajo a las plataformas del subterráneo. Había sabido que mi vista se había deteriorado algo en las medias docenas de años pasados, pero nunca me dí cuenta apenas cuánto había deteriorado hasta ése día de la aventura. No importaba cuanto lo intenté, no podía ver más los letreros de la calle, ni incluso letra por letra, y de los coches subterráneos, no podía  mirar más los letreros de la estación a lo largo del camino. No podia incluso reconocer los letreros en los metros mismos para estar seguro que subía a abordar el tren correcto, pero no lo necesité.

"Mire usted a donde me bajo, y bajese dos paradas antes de mí,"

una señora dijo con una risa calurosa cuando le pregunté por la parada de la estación en la Calle 74. "Quise siempre utilizar esa frase," ella dijo, y entonces procedió a decirme exactamente en cuántas paradas estaría mi parada deseada. Su risa fué el tono de mi aventura el día entero. A excepción de los amigos de New York City con quienes almorzaba ese día, nunca encontré a una persona a la que conocía a partir de los años pasados, pero era como si estubiera con estimados, estimados amigos todo el dia. Nunca tuve que pedir ayuda dos veces; la ayuda muchas veces fue ofrecida antes de que la pudiera pedir. Nunca tomé un tren incorrecto o me bajé en una parada incorrecta en la jornada completa.

     Nos dan demasiado a menudo la impresión que en la ciudad uno podría morir en la acera, y la gente camina cerca despreocupadamente. No es verdad. No es verdad en absoluto, aprendí en mi día de aventura. Almorcé con mis amigos de siempre, y entonces Justine y yo vagamos alrededor de la ciudad durante algún tiempo, haciendo un poquito de compras que se pueden hacer solamente en Nueva York. Finalmente abracé a mi amiga y le dije adios, y entonces, como Hansel y Gretel, comencé a seguir las señales que se dirigían a mi casa.

     En la Calle 53 y la Avenida Lexington, me dirigieron sin problema a la escalera del subterráneo, y mi bastón me ayudó a bajar con seguridad. Un transeúnte amistoso me dirigió al lado del tren que iba a Queens, y comencé el viaje en un largo túnel, como un pasillo. Tenía asegurado que el pasillo me llevaría derecto a la escalera móvil que me traería a la plataforma E del tren. Estába emocionado de como mi bastón encontró la plataforma de metal de la escalera móvil, y estaba casi listo para subir el primer escalón cuando un brazo me tomó alrededor de la cintura, y oí la voz de una señora decir, "Pienso que usted no quiere esa escalera eléctrica." Con su ayuda aprendí que estaba en la tapa del ascendente en vez de abajo de la escalera móvil. Ella caminó conmigo a pocos pies a la derecha, y yo estába de vuelta en mi camino. No tenía que pedir ayuda;incluso no me había dado cuenta que necesitába ayuda en ese momento, pero un Neoyorquino vio lo que yo no ví, y caminó para ayudarme. No es sorprendente que me gusta la xciudad tanto.

     El viaje a casa fué absolutamente sin nada especial que destacar. Hice el cambio del tren en la Calle 74, y me subí al Tren 7 para la Calle Main, en Flushing, con toda la ayuda que necesité. Mientras que caminaba las varias cuadras de regreso a la Parroquia St. Michael, San Miguel, mi corazón estába lleno con desborde en alabanza a Dios por su regalo maravilloso de la gente y de los bastones blancos.

 

En las más o menos, ocho horas de mi aventura, no tuve sensaciones de temor, de preocupación, o de ansiedad por un solo momento. Mi día libre había sido un día verdadero de renovación, de descanso, de relajación, y de paz para mí. Había sido un día de aventura divertida, un día feliz.

     Pues me fui a la cama esa noche de septiembre, y allí había un pensamiento con la aventura del tiempo pasado. No podia contar el número de épocas en que había viajado los subterráneos, los autobuses y taxis en esas medias docenas de años en que yo mismo era un Neoyorquino.

 

Cuánto más fantástico habría sido, medité, si hubiera utilizado el bastón blanco incluso entonces. La ceguera para mí, era no ver suficiente. Quizás me hizo ver demasiado, demasiado como para necesitar la ayuda de los compañeros Neoyorquiños. Hace veinticinco años atrás, mi visión de túnel a menudo me recordaba, con dolor, frustración y vergüenza, que estaba ciego. Mi bastón blanco le dijo hoy a aquellos alrededor de mí que yo era ciego, y me trajo su vista.

     Cuando Dios deseaba venir como nuestro Mesías, nuestro Salvador, nuestro Señor, nuestro Rey, él vino como niño, envuelto en pañales acostado en un pesebre. Él vino necesitándonos, sus criaturas, y él no ocultó su necesidad. Él tuvo que ser alimentado, cuidado, cambiado de pañal, bañado. Él tuvo que ser enseñado a caminar y a hablar. ¿Veo todavía demasiado como para seguir a ese pequeño niño? ¿Quién los guiará? Esta Navidad ruego, el que el pequeño niño, con toda su necesidad, tocará sus corazones y los guiará a la alegría y a la paz de unicidad en su familia.

     Una muy Feliz Navidad y un Año Nuevo prospero y santo para ustedes y los suyos, de todos nosotros aquí en el Lugar de Ave María.-El Padre Pat

 

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